Plebiscito constitucional: cosa de elites
JUAN CRISTÓBAL PORTALES Director General LLYC Chile
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JUAN CRISTÓBAL PORTALES
Mucho se ha elucubrado las últimas semanas respecto del impacto que tendrá en el clima político y social del país el resultado del plebiscito. Algunos expertos y académicos sostienen que el voto “A Favor” sería la última esperanza para entregar un marco de estabilidad al país y resolver nuestros problemas de convivencia política más estructurales si no se quiere llegar a un conflicto. Otras voces desde el lado del “En Contra”, señalan que la aprobación del texto daría pie a la perpetuación de ciertas iniquidades existentes y favorecería la reaparición de expresiones antisistema que tienden a favorecer la anomia y el caos.
Ambas visiones que se plantean desde una parte de la elite presentan una mirada catastrofista, un tanto endogámica, alejada nuevamente del diagnóstico y aspiraciones ciudadanas, que ningunea la propia capacidad de la institucionalidad vigente para entregar un nuevo marco de relacionamiento al país.
“No es el resultado del 17-D lo que amenaza con generar conflicto social. Es la obsesión constitucional y la desatención de lo doméstico y real lo que nos puede llevar a una intensificación de la conflictividad”.
Lo que nos dice la realidad de los datos y estudios del color que se quiera en materia de percepciones y voluntad ciudadana, es que las personas desde hace un buen rato desconfían de este proceso como la vía para abordar un malestar y brechas existentes y crecientes en asuntos de seguridad social y física, redistribución de oportunidades o bienestar individual y colectivo.
Como se evidencia en algunas expresiones espontáneas en redes sociales capturadas en mediciones como el Termómetro Político de la consultora LLYC, el proceso constitucional se tiende a asociar a un intento poco creíble de reconexión de nuestra clase dirigente con una ciudadanía desafectada. Se percibe a esta altura como una conversación de sordos alimentada de manera obsesiva por una elite para tratar de resolver problemas y conductas que la misma elite y por los canales definidos por esa elite se niega a solucionar.
No son pocos los focos de conversación que se refieren a una pirotecnia constitucional y Panamericana, que corre en paralelo a una cruda realidad donde la población se bate día a día y de manera práctica, no conceptual, para llegar a fin de mes con una empobrecida economía familiar, un escenario económico poco alentador o una inseguridad descontrolada en sus barrios. Por tanto, no es el resultado constitucional lo que amenaza con generar conflicto social. Es la obsesión constitucional y la desatención de lo doméstico y real lo que nos puede llevar a una intensificación de la conflictividad.
¿Eso quiere decir que la élite debe hacer una renuncia populista y abandonar una actualización y modernización de nuestra Constitución? No. Pero sí debe entender que la respuesta a nuestros males democráticos no se agota en el resultado del proceso que termina. Que debe de manera trasversal poner paños fríos a la discusión, abocarse a resolver los dolores que aquejan de manera urgente a la ciudadanía, y definir sin populismos, estridencias y por la vía institucional conocida (Congreso), un camino o paquete de reformas que faciliten el avance a un marco de relacionamiento político-social que racionalice el diálogo político y permita a la institucionalidad existente abordar los crecientes desafíos sociales (ya sea gane el “En Contra” para avanzar a un sistema político y de derechos que dé estabilidad, o en caso que resulte vencedor el “A Favor” para introducir ajustes que vayan en la misma dirección).
Es una vía menos mediática y altisonante, pero a la larga más efectiva y probablemente más valorada por las personas.